- ¿A qué responde la decisión de titular un libro de cuentos con un nombre propio?
- En el nombre propio se cifra el juego continuo que atraviesa todos los cuentos del libro: mi idea era que no se pudiera distinguir qué es ficción y qué de aquello que proviene de la nebulosa realidad se ha convertido en ficción. El título funciona como un gozne que une ficción y testimonio, biografía e invención. Quería que el nombre diera cuenta de la persona real y del personaje inventado. Edgardo H. Berg articula varias cuestiones: el sujeto real, el nombre del personaje, el cúmulo de historias que salen de su boca ficcional, el autor de teorías literarias, el contador de historias. En la enumeración de actividades que porta el nombre se unen en una línea continua aspectos imaginarios y aspectos tomados del fluir de la vida. Y eso produce una trama paradojal (como en las pinturas de Escher) que genera la ilusión de la banda de Moebius. La relación entre realidad y ficción ingresa en la banda de Moebius. Quería que el lector ingresara en el círculo infinito. Por otra parte, la idea misma de identidad suele asociarse con una esencia. Yo quería instalar en el nombre el equívoco, la impugnación de la idea esencialista, es decir, quería trabajar con la idea opuesta acerca de cuán imaginario es proponer una identidad como algo fijo, cerrado.
- ¿Cómo es el proceso a través del cual se seleccionan elementos de la realidad y se inventan otros para convertir una historia verdadera en un relato ficticio?
- Lo que más me interesa es el trabajo de ficcionalización: se trata de una articulación que empieza en los cuentos, continúa en el prólogo de E. H. B., en el epílogo de Arturo Serna y en las interpretaciones que harán los lectores del libro. Por un lado, los relatos toman fragmentos de historias contadas por la persona Edgardo H. Berg. A partir de las anécdotas monté, en capas y valiéndome de los velos de la ficción, una serie de estructuras ficcionales. Asimismo, el personaje se independiza, en cierta forma, se va de mis manos y empieza a demandarme otras historias con una lógica narrativa que se conforma durante la escritura de los cuentos. Los cuentos son enteramente ficcionales, aunque conservan una especie de huella fantasma que viene del punto de partida falsamente biográfico. El libro propone un vaivén intencionado que va del testimonio a la ficción y de la invención a las referencias al pasado argentino. A su vez, el prólogo, escrito por el propio Edgardo, introduce una nueva capa de ficcionalización ya que intercepta algunos artilugios de los cuentos. El epílogo de Arturo Serna propone una lectura opuesta a la supuesta biografía del sujeto real, aunque los cuentos solo quieren generar la ilusión de la biografía. Como Macedonio, creo que la idea misma de biografía es una utopía. Se podría pensar al libro como una montaña hecha de varios niveles de ficcionalización, un conjunto de capas que se mezclan. A este cúmulo de capas se agrega un giro que revierte la suma de niveles y cruces: las referencias testimoniales e históricas funcionan como golpes de luz o pozos que horadan la montaña y le entregan al lector manivelas que le hacen sentir que controla el torbellino que instaura el laboratorio de la escritura. En otras palabras, me fascina la posibilidad de producir una confusión ordenada, un caos mesurado; entiendo a la escritura como una sala experimental para impugnar las ideas de ficción y realidad.
-¿En qué género de la literatura, o de las artes en general, ubicas este libro?
- Me parece más interesante pensar por fuera de algunas categorías. Es decir, si la ficción tiene límites y el testimonio documental ofrece ciertos bordes en el trabajo literario, quise ir por fuera de esos límites. En este sentido, diría que el libro es un experimento. ¿Qué sucede si corremos el horizonte de lo que entendemos por ficción? ¿Qué pasaría? Justamente me atrapa la posibilidad de no quedar encorsetado en una figura, en un formato, en una forma fija. ¿Qué sucede si le damos al lector una cosa por otra, como en un acto de magia o de ilusión? ¿Qué efectos produce ese cruce, ese desplazamiento, ese acto de prestidigitación? Me gusta leer los efectos de la ficción en la realidad y los efectos del testimonio en la ficción. Me gusta más cuando lo real parece ficcional y lo inventado parece real. Esta situación genera un efecto paradójico similar al efecto que provocan las aventuras visuales del artista Escher: una mano dibuja la mano que dibuja.
- ¿Pueden pensarse estos cuentos como una historiografía secreta de la Provincia de Tucumán?
- Pensar que la ficción propone versiones alternativas del pasado o del futuro es una posibilidad utópica de la literatura. No hay nada en estos cuentos relacionado con la idea de decir verdad. Digo esto porque la primera vez que se publicó el cuento “El gordo” en una revista, una persona me envió una carta por correo postal en la que, muy enojada, me castigaba por haber maltratado al símbolo moral de la militancia peronista. La mujer se refería a John William Cooke. Esta persona no sólo había caído en la trampa del cuento –el cruce entre ficción y testimonio como pista falsa– sino que se tomaba las cosas desde la perspectiva de la verdad. Con este episodio desgraciado comprobé que la verdad lo pudre todo. Si ella hubiera tomado menos en serio sus ideas y hubiera tomado menos en serio a Cooke, no me hubiera escrito la carta con ese nivel de agresión. Yo, por supuesto, no le respondí. O, en todo caso, mi respuesta es el libro completo trabajado desde la estética especulativa, de ultra ficcionalización. Por otra parte, creo que la ficción nos brinda una lectura delirante del pasado. Y nos permite elucubrar o especular con otras versiones de los hechos. La ficción nos ayuda a olvidar y reescribir el pasado o nos permite pensar las vías alternativas, nos quita a veces el peso que tiene la realidad, nos hace descansar del agobio de lo real.
Inscripción *
Por Fabián Soberón
Me interesa ver cómo se desmorona lo real por el impacto de la ficción y cómo se transforma la ficción a partir del trabajo con la no ficción, con la historia, los hechos narrados como ciertos. En este sentido, escribo desde la auto ficción deliberada y con el encubrimiento de la ficción a partir de velos de la biografía y de la no ficción. Mi escritura busca impugnar la ficción; mi vocación es hacerla pasar por no ficción.
Me atrae la idea de la máscara detrás de la máscara. ¿Qué máscara detrás de la máscara la trama empieza?, diría un autor. ¿Cómo queda la ficción cuando la envolvemos con los datos de la realidad? ¿Cómo se transforma la autobiografía cuando se la golpea con el cross de la ficción?
En estos cuentos todo está contaminado.
* Fragmento de Edgardo H. Berg.
Nombre propio *
Por Edgardo H. Berg
La naturaleza ilusoria de estos cuentos nos hace pensar en la sinceridad del testimonio; sin embargo por fuera de estas historias que escribe Fabián Soberón se insinúan fragmentos cifrados u ocultos que todavía ningún editor podrá exhibir ni publicar. “Nada relaciona al narrador con su lenguaje como el nombre propio”, me lo dijo alguna vez el poeta Erik Berlín, el gringo para sus amigos. Y Soberón lo sabe muy bien porque es un contrabandista y un traficante de historias ajenas que sabe alterar y modificar, sin reparos, lo que alguna vez escuchó o le conté en algún encuentro ocasional.
* Fragmento del prólogo a Edgardo H. Berg.
PERFIL
Fabián Soberón nació en Juan Bautista Alberdi, Tucumán, en 1973. Es escritor, periodista cultural, docente y director de cine. Publicó la novela La conferencia de Einstein, los libros de relatos Vidas breves y El instante, y las crónicas Mamá y Cosmópolis. Licenciado en Artes plásticas y Técnico en Sonorización, es profesor en Teoría y Estética del Cine (Escuela Universitaria de Cine), Comunicación Audiovisual y Comunicación Visual Gráfica (Facultad de Filosofía y Letras). Fue finalista del Premio Clarín de Cuento y ganador del segundo Premio del Salón del Bicentenario. Dirigió tres documentales. Colabora con LA GACETA, Perfil, Revista Ñ y La Capital, entre otros medios.
© LA GACETA
Por Facundo Iñiguez.